
¿Y si te dijera que quizá tu sanación física aún no ha llegado porque, en medio de la debilidad que estás viviendo, estás desarrollando una fuerza infinita… y que millones de personas están aprendiendo a través de ella?
¿Y si también te dijera que eso que experimentas hoy —ese dolor, esa incomodidad, esa enfermedad que no te permite vivir con total libertad— es justamente lo que está despertando en ti una resiliencia que ni siquiera sabías que existía? Que te estás convirtiendo en una mejor persona, y que estás enseñándoles a tus hijos a vivir su vida y sus propios retos de la misma manera en que tú enfrentas los tuyos.
¿Y si te dijera que, al poner tu fe en algo más grande que nosotros —eso que yo llamo Dios— encuentras una paz interior que te recuerda que tu sanación llegará cuando tenga que llegar, en el momento perfecto para ti? Aunque a veces, entre la incomodidad y el miedo, no puedas verlo claramente.
Cuando buscas esos momentos de silencio mental, cuando te regalas ese espacio para estar contigo, reencontrarte y respirar en calma, vuelves a confiar. Ahí estás depositando tu alma en la fe plena de que todo sucede como debe suceder. No puedes adelantar lo que te toca vivir, ni pudiste haber hecho algo distinto para evitar el momento que hoy atraviesas.
Acuérdate de esto: alrededor de un problema de salud, hay millones de personas observándote, aprendiendo y sanando a través de ti. Observan cómo eliges vivir esta situación, cómo decides transitarla con paz y armonía, cómo te sostienes de Dios, cómo frenas el miedo y la incertidumbre, y cómo eliges confiar.
Porque en medio de esa tormenta —que es una enfermedad y que puede hacerte sentir vulnerable y fuera de control en un solo segundo— también puedes encontrar vida, fe y propósito.

Deja un comentario