Dos tipos de personas: ¿a cuál perteneces?

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El otro día, caminando con mi esposo —en uno de esos paseos donde casi siempre empezamos hablando de cosas triviales de la vida diaria y terminamos reflexionando sobre temas profundos conforme el camino avanza—, surgió una conversación muy interesante.

Empezamos a hablar de cómo todos los seres humanos tenemos una motivación detrás de lo que hacemos en cada momento. Y llegamos a la conclusión de que hay dos tipos de personas: las de mente grande y las de alma grande.

A las personas con mente grande —esas que ya les he mencionado antes— las caracteriza una disciplina impecable. Son quienes hacen lo que saben que deben hacer sin cuestionarse demasiado. Todo lo que emprenden lo hacen movidos por la motivación de ganar. Por ejemplo, hacen ejercicio porque quieren verse y sentirse más fuertes; salen con sus amigos porque saben que las relaciones sólidas les aportan bienestar; comen saludable porque quieren mantenerse en buena forma; trabajan duro para alcanzar el puesto de director, y comprarse la casa grande o viajar por el mundo. En pocas palabras, su motivación está en lo que pueden obtener de manera tangible o visible a través de sus acciones.

En cambio, las personas con alma grande son distintas. Son aquellas que nacen con un don natural para conectar con los demás, que brillan simplemente con su presencia. Lo que las motiva no es el resultado material, sino la conexión emocional o el aprendizaje interior que les deja cada experiencia. Hacen ejercicio porque se sienten bien después, comen sano porque disfrutan sentirse en equilibrio, salen con sus amigos para compartir risas y buenos momentos, y en su trabajo los mueve el impacto positivo que pueden generar en quienes los rodean o en el mundo.

En realidad, ambos tipos de personas están motivadas por un “premio”, solo que la naturaleza de ese premio es distinta: unos buscan lo material o tangible; los otros, lo emocional o espiritual.

El punto está en identificar qué tipo de persona eres —si tienes mente grande o alma grande— para ser consciente de qué área puedes trabajar más y así avanzar hacia tu mejor versión. Porque al final, todos tenemos la capacidad de desarrollar ambas partes; solo que nacemos con una más predominante que la otra.

Y curiosamente, solemos admirar aquello que no tenemos. De esas personas que representan lo que nos falta podemos aprender muchísimo si lo hacemos desde la conciencia y la humildad.

En mi caso, nací con un don para conectar con las personas. Me resulta fácil relacionarme y percibir lo que sienten los demás. Sin embargo, la parte de la disciplina mental —mantenerme objetiva, no caer en el drama y sostener el enfoque— es algo que me cuesta más. Por eso, cuando veo a alguien con esas cualidades, lo admiro profundamente. Porque mientras para ellos es natural, yo trabajo cada día para fortalecerlo en mí.

Y lo curioso es que muchas de esas personas con mente grande se acercan a mí para preguntarme cómo hago para conectar tan fácilmente, para pertenecer a tantos grupos o para sentir y comprender las emociones de los demás. Y ahí entiendo que eso es lo que me da mi alma grande.

Pero también sé que mi crecimiento personal está en seguir desarrollando mi mente grande, en integrar ambas partes.

¿Y tú? ¿Qué tipo de persona te consideras: mente grande o alma grande?

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