
Desde que empecé a ver a las personas como seres humanos que sobresalen por su mente grande o por su alma grande, me he dedicado a observar con atención las características que distinguen a cada uno de estos dos grupos. Con el tiempo, esta clasificación se ha vuelto cada vez más clara para mí: todos, de una u otra manera, cabemos en alguna de estas dos definiciones.
Y lo más fascinante es que, en ambos casos, encuentro cosas profundamente admirables. Las personas con mente grande destacan por unos rasgos, mientras que las de alma grande lo hacen por otros. Al identificarnos en alguno de los dos grupos, podemos validarnos en aquello que nos hace sobresalir y, al mismo tiempo, reconocer en los demás las cualidades que quizá no tenemos, pero que podemos aprender de ellos. Lo ideal sería que cada uno de nosotros logre identificar dónde se encuentra y, desde ahí, trabajar en lo que le falta para integrar ambas dimensiones y convertirse en la mejor versión de sí mismo.
Partamos de una idea: las personas con mente grande se caracterizan principalmente por su disciplina. Son aquellas que no ponen pretextos y cumplen sin importar la hora o el día. Se comprometen con su ejercicio, con su alimentación, con su vida social y familiar. No dependen de la aprobación ni del sentido de pertenencia a un grupo para actuar: simplemente hacen lo que saben que quieren o necesitan hacer. Suelen parecer un poco egoístas, pero de una manera positiva, porque ponen en primer lugar sus objetivos y son fieles a ellos. Son las personas que ves corriendo un domingo en la mañana, que deciden no ir a una fiesta porque no tienen ganas, o que incluso ponen límites claros a su familia porque necesitan su propio espacio. En resumen, son personas que le hacen caso a su mente y a lo que ellas quieren, sin dejarse distraer por lo demás.
En contraste, las personas con alma grande brillan por su empatía. Son quienes tienen un sentido de conexión muy especial con los demás, los que saben leer y acompañar los sentimientos ajenos y propios. Tienen un don de gente natural: buscan hacer el bien, se enfocan en cómo se sienten y en cómo se sienten quienes los rodean antes de actuar, y esa sensibilidad los hace destacar. Siempre parecen rodeados de personas, porque suelen ser el centro de su entorno social. Inspiran confianza, brillan por su sola presencia y, muchas veces, son líderes porque saben conectar con la gente de un modo único.
Al final, la humanidad se compone de estas dos grandes formas de ser. Y no significa que si eres una no puedas ser la otra; simplemente siempre habrá un aspecto que te defina un poco más. Curiosamente, lo que más admiramos en los demás suele ser lo que no tenemos nosotros, y ahí está la oportunidad de crecer. Por eso, te invito a hacer una introspección honesta: ¿te reconoces más en una mente grande o en un alma grande? Desde esa respuesta podrás descubrir qué parte necesitas desarrollar para equilibrarte y acercarte cada vez más a tu mejor versión.

Deja un comentario