Creencias heredadas: lo que puede unir o destruir un matrimonio

By

El otro día estaba platicando con mi esposo —llevamos más de 22 años juntos— y surgió una de esas conversaciones profundas que de pronto aparecen sin buscarlas. Empezamos a hablar de las creencias con las que cada uno llegó al matrimonio y cómo, con el tiempo, tuvimos que transformarlas o incluso dejarlas atrás para que nuestra relación pudiera funcionar.

Me puse a pensar en cómo se forman esas creencias. De los cero a los siete años, el cerebro de un niño está en un estado llamado theta. Eso significa que todo lo que escucha de sus padres, maestros o de las personas a su alrededor se convierte en una verdad absoluta que se graba para siempre en su mente. Es como si esas ideas fueran semillas que se quedan allí, y muchas veces siguen influyendo en la vida adulta sin que uno se dé cuenta.

Mi esposo y yo venimos de familias muy diferentes. En la mía, crecí con reglas claras, límites firmes y una educación muy estricta. En cambio, en la suya, casi no había límites; la crianza se basaba más en la confianza y, a veces, en el chantaje emocional. Cuando empezamos nuestra vida juntos, chocamos mucho. Traíamos “verdades” distintas, y cada uno defendía lo que conocía. Pero poco a poco entendimos que no se trataba de ver quién tenía la razón, sino de aprender a abrirnos y crear nuevas creencias juntos.

Con el tiempo también descubrimos algo importante: el 95% de lo que pensamos y hacemos como adultos está en el inconsciente. Es decir, la mayoría de las veces reaccionamos desde esas creencias que se formaron en la infancia sin darnos cuenta. Y si no hacemos un trabajo de mirar hacia adentro, de preguntarnos “¿por qué creo que esto está bien o mal?”, entonces seguimos actuando en automático, arrastrando programas que pueden limitarnos.

Hoy puedo decir que nuestro matrimonio ha sido un espacio de aprendizaje constante. Hemos tenido que ceder, escuchar y, sobre todo, soltar creencias que nos parecían inamovibles. Y me doy cuenta de que cuando alguien no está dispuesto a cuestionar lo que aprendió solo porque “así fue en mi familia y punto”, esa rigidez puede llegar a romper hasta la relación más fuerte.

Por eso, creo que mirar nuestras creencias es fundamental. No para juzgarlas, sino para reconocer cuáles ya no nos sirven y cuáles podemos transformar. Porque al final, cuando cambias la forma de pensar, cambias también lo que sientes… y poco a poco, cambias la manera en la que vives.

Deja un comentario