El Dolor es Inevitable, el Sufrimiento es una Decisión

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A lo largo de la vida atravesamos momentos dolorosos en los que sentimos miedo, incertidumbre, frustración, enojo, ansiedad, tristeza, culpa, odio, vergüenza, envidia, celos, resentimiento, soledad, desilusión, inseguridad, apatía, rabia o desconfianza. Y no está mal sentirlas. Al contrario, es fundamental reconocerlas y darles espacio para salir de nuestro cuerpo. Podemos hacerlo a través de la respiración, del movimiento, de escribir, de hablar o de cualquier camino que nos ayude a liberar. Lo importante es no guardarlas. Cuando esas emociones permanecen atrapadas demasiado tiempo, terminan afectándonos físicamente y, con el paso de los años, pueden incluso transformarse en enfermedad.

Todas estas emociones están ligadas al ego. El ego es la mente condicionada, esa parte de nosotros que se aferra al pasado, recordando heridas, o se pierde en el futuro, imaginando preocupaciones y expectativas. Es también la parte que se identifica con nuestro cuerpo, con nuestros pensamientos, con nuestras emociones, con los roles que desempeñamos e incluso con la aprobación de los demás. El ego busca constantemente tener control, compararse y recibir reconocimiento. Es, en cierto sentido, una máscara, lo aprendido, lo que cambia con el tiempo.

Pero además del ego, todos tenemos dentro otra parte que llamamos el ser. El ser es nuestra esencia profunda, lo que somos sin etiquetas ni definiciones. Vive en el presente, en el aquí y el ahora, y no depende de lo que pienses, hagas o logres. Se manifiesta como conciencia, como esa voz interior que observa lo que piensas y sientes. Desde el ser surge la paz interior, esa calma que no necesita justificación. En el ser habita también el amor y la compasión, porque no juzga, simplemente conecta. Y es allí donde reconocemos la unidad, la certeza de que formamos parte de un todo y no estamos separados.

Por eso, cuando experimentamos un sentimiento del ego, muchas enseñanzas nos dicen: “Está bien, siéntelo, libéralo y regresa”. ¿Regresar a dónde? A tu centro, al lugar donde gobierna el ser y no el ego, para encontrar nuevamente la paz interior y poder transitar la vida de una manera más ligera.

Creo que todos los seres humanos, tarde o temprano, pasamos por procesos tan dolorosos que nos hacen caer en el ego. Esos momentos son tan fuertes que nos enfrentan a pensamientos y emociones que nunca habíamos sentido antes. Y aquí aparece una elección importante: ¿quieres sentir el dolor, darle espacio y liberarlo, o prefieres quedarte atrapado sufriendo durante meses o incluso años?

Entiendo que un divorcio, una pelea con tus padres, la pérdida de un trabajo, la infertilidad, una enfermedad, el sufrimiento de un hijo o la soledad no son fáciles de sobrellevar. Muchas veces incluso caemos en el papel de víctima, justificando nuestro dolor para que el mundo reconozca lo difícil de nuestro proceso. Pero, al final, quien más sufre eres tú. Tu familia, tu pareja o tus amigos pueden acompañarte y sostenerte, pero no pueden liberarte de tu dolor ni cambiar la forma en que lo vives si tú no decides hacerlo diferente.

En mi propio camino, especialmente con el cáncer, aprendí que cuando me quedaba atrapada en el dolor, lo pasaba terriblemente mal. Mi cuerpo se llenaba de ansiedad y expectativas, mi mente corría hacia todos los posibles escenarios del futuro y mis seres queridos sufrían al verme así. Con el tiempo entendí que cada experiencia que enfrentamos llega con un propósito: enseñarnos lo que vinimos a aprender en esta vida.

Al final todo se reduce a una decisión. Puedes elegir abrirte al aprendizaje, liberar lo que duele y regresar a tu esencia, donde siempre hay paz. O puedes quedarte atrapado en el sufrimiento, permitiendo que el estrés, el miedo y el odio se apoderen de ti hasta enfermarte.

La vida siempre nos da la oportunidad de regresar a nosotros mismos. La pregunta es: ¿vas a permitir que el ego siga dirigiendo tu vida o vas a elegir volver al ser?

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