
Y vivir esas convivencias familiares con las personas que más amas —con quienes has anhelado estar durante tanto tiempo—, y de pronto darte cuenta de que algún comentario, situación o espacio que visitas te remonta al pasado… o algo que vives en ese lugar donde creciste, rodeada de toda tu gente, puede sacudir tu paz interior. Esa paz que creías firme se mueve, y vuelven a surgir miedos ante cosas que parecen triviales, simplemente porque conectaste con sentimientos antiguos que ese espacio te despierta.
Es ahí donde tienes que poner especial atención: en eso que te mueve, en ese comentario o actitud de alguien que despierta en ti sentimientos de enojo, tristeza o frustración. Y comprender que, en realidad, no tiene nada que ver contigo. No debes tomártelo de forma personal. Solo necesitas observarlo, subrayarlo sin reaccionar, para después —en tu tiempo a solas— poder trabajarlo, entender de dónde viene ese enojo que provocó ese comentario… y sanarlo desde su raíz.
Porque no tienes por qué reaccionar ni tratar de controlar lo que dice el otro. Debes aceptar que las personas no van a cambiar, y esos comentarios probablemente siempre estarán ahí. Lo verdaderamente importante es observar por qué te están moviendo de tu centro y qué parte de ti está reaccionando. ¿Por qué eso provoca ese sentimiento dentro de ti?
Y yo creo que regresar a esos espacios es, sin duda, lo que más te reta. Porque, en mi caso, me recuerda a quién era antes de tener cáncer de pecho. Me da nostalgia tocar esa parte de mí: lo que era, a dónde pertenecía. Y sentir que ahora soy otra persona, que ya no soy la misma de antes, me llena de emociones como tristeza, enojo, miedo. Pero entonces recurro a las herramientas que tengo para no quedarme atrapada ahí. Me permito liberar todo eso, y me enfoco en todo lo bueno que me trajo este proceso. Me conecto con el presente y con la certeza de que todo eso ya quedó atrás. No tengo por qué enfocarme en lo malo ni permitir que mi ego me invada con millones de pensamientos negativos que solo me hacen sentir sola, víctima y profundamente enojada con la situación.
Además, cuando alguien renace, significa que algo dentro de él tuvo que morir primero para que pudiera emerger una nueva persona, un nuevo ser. Y es ahí donde regreso a repetirme internamente que hoy soy una mejor versión de mí misma. Disfruto más la vida, amo más, valoro cada instante de mi existencia de una forma completamente diferente. Y regreso siempre a esa verdad: ningún doctor, ninguna terapia holística, nadie tiene la verdad absoluta sobre lo que va a pasar conmigo. El único que sabe realmente cuándo y cómo terminará mi vida es Dios. Así que me rindo completamente ante Él, y confío en que, si lo viví, es porque era lo mejor para mí.
Pero qué difícil es cuando regresas a ese espacio, con esa gente que te hace cuestionarlo todo. De pronto sientes su vibra de lástima, la percibes tan profundamente que es difícil no tomarla personal. Sin embargo, me separo, me observo y me repito que ellos están viviendo sus propios procesos, y que el hecho de que hoy yo me vea y me sienta distinta no tiene por qué separarme de mi gente. Al contrario: llego como una persona renovada, con el deseo de compartir mi proceso, porque tal vez a alguien le sirva escuchar cómo es vivir esto desde el agradecimiento y desde la apertura a todo lo que viene a entregarte.
Y si con mi experiencia alguien cambia la forma de ver su propio proceso —ese camino individual que cada quien está atravesando—, con eso me doy por bien servida. Porque sabré que mi situación ya ayudó a alguien a cambiar su perspectiva sobre la vida.

Deja un comentario