
Vengo llegando de uno de los viajes más increíbles que he tenido en mi vida porque me fui con mi familia a perderme en la naturaleza, a un parque nacional, donde encontré esa caricia que necesitaba mi alma. Esa conexión con la vida natural que, cuando la tocas, te sostiene y te recuerda que, pase lo que pase, todo va a estar bien. Hay una grandeza inmensa en la naturaleza, y cuando te permites contemplarla, comprendes que el plan divino de cada uno de nosotros va mucho más allá de lo que podemos ver a simple vista o de las preocupaciones del día a día.
La vida es como si estuviéramos en un desierto. Por momentos, el camino se vuelve seco y rudo, y la sensación de no poder esperar nada mejor que lo que tenemos frente a nosotros nos invade. En ese instante, nos enojamos por sentirnos incómodos, asustados y sin las certezas que nos dan seguridad. Es como estar sin comida ni agua en medio del desierto. Pero entonces, seguimos caminando. Con cada paso, el aire llena nuestros pulmones, oxigenamos nuestro cuerpo y, poco a poco, aparecen pensamientos más esperanzadores. Comenzamos a creer que tal vez, solo tal vez, algo mejor nos espera más adelante.
Y de pronto, a lo lejos, aparecen montañas. Al verlas, nace en nosotros la fe y el deseo de alcanzarlas, convencidos de que serán mejores que el desierto por el que estamos atravesando. La esperanza crece con cada paso. Sin embargo, el ascenso es desafiante. Después de días bajo condiciones extremas y sin un solo rastro de sombra, sentimos que ya no podemos más. Pero seguimos. Y, conforme subimos la montaña, el aire fresco acaricia nuestro rostro, la vegetación se vuelve más verde y la vida comienza a brotar a nuestro alrededor. Ya no estamos en ese paisaje gris y árido; todo se está transformando con colores cálidos y vibrantes.
Y entonces, al llegar a la cima, lo vemos: agua, frutos, animales. Vida. Comprendemos que ese desierto que parecía interminable fue solo una parte del viaje, una prueba que nos enseñó a confiar. Porque incluso cuando no podíamos ver lo que nos esperaba al otro lado, algo maravilloso nos aguardaba. Ahora, la felicidad de haber cruzado ese desierto y subido la montaña nos llena por completo. Desde lo más alto, la vista es impresionante, y lo que alguna vez fue sufrimiento hoy se siente como crecimiento. Sabemos que cada paso valió la pena.
Así es la vida. A veces nos sentimos atrapados en el desierto, sin saber por dónde salir. Pero tarde o temprano, todo empieza a clarificarse, a cobrar sentido. Y cuando eso sucede, una felicidad inmensa nos invade, porque entendemos que cada desafío nos fortaleció y nos hizo aprender.
Así que, si en este momento te sientes como si estuvieras en medio de un desierto o escalando una montaña, ten fe. Recuerda que, del otro lado, seguramente te espera ese río que traerá frescura y vida. Solo confía.

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